En los
últimos días se ha discutido mucho respecto de los datos de la pobreza que en
el sentido común y en la percepción colectiva, contrastan de modo casi
insultante con la realidad.
Nadie
puede convencernos por muchas operaciones matemáticas, y referencias a portales
y datos de otros países, que la pobreza
en su rostro más cruel, el de hombres, mujeres y niños durmiendo y viviendo en
la indiferencia anónima de la calle, no existe, o que no existen quienes viven
en situación de precariedad en asentamientos sin servicios básicos, o que no
hay desocupados. En suma, nadie puede convencernos que lo que vemos no es lo
que vemos.
Nuestro
país ha abandonado deliberadamente el uso de estadísticas confiables como herramientas indispensables para el
diseño de las políticas públicas. Hace tiempo que las estadísticas en Argentina
se han convertido solo en el número que resulte más eficaz para desdibujar la
verdadera dimensión de los problemas y acallar de esa manera la alarma social
que generan aquellos temas de especial sensibilidad para nuestro pueblo.
Los índices, con
este propósito se construyen a fuerza de seleccionar lo que se va a medir
evitando estratégicamente cuantificar aquellos ítems que claramente incidirían
en la cifra final y atentarían contra el objetivo de minimizar el impacto de la
realidad.
De
manera tal que sin las herramientas necesarias, difícilmente puedan pensarse
soluciones para los problemas. Es más, hasta corremos el riesgo de que dichos
temas representados en un número exitista, sean sacados de la agenda del
gobierno, en la convicción que ya no revisten la entidad necesaria como para que el Estado se haga cargo.
Atónitos,
hemos escuchado expresiones tales como que medir
la pobreza es complejo. Pero quienes esto afirman, desconocen lo que es
sentirla, vivirla en la piel y en la cotidianeidad de una angustia permanente
que solo tiene por objetivo sobrevivir a
ese día.
Medir la pobreza podrá
ser complejo, pero si quienes esto afirman fueran capaces de combinar su
ciencia estadística con una caminata por la realidad, seguramente encontrarían
los datos que necesitan para elaborar un número verdadero que les permitiera
conocer cuáles son las dimensiones de la pobreza aquí y ahora y en el mejor de
los casos, aportar herramientas para solucionarla.
Necesitamos gobernantes que no se
defiendan de la realidad, sino que busquen enfrentar los problemas que ella nos
muestra y que en lugar de estar ensayando justificaciones,
argumentaciones ya no complejas, sino verdaderamente retorcidas, puedan pensar cómo
podemos hacer no solo para dar de comer a quien tiene hambre y resolver la
emergencia, sino cómo hacer para resolver la pobreza estructural.
Lamentablemente,
frente a la realidad, solo encontramos de parte del discurso oficial, un acervo
de expresiones fatídicas que ya han
dejado heridas imborrables en el alma de la sociedad.
En las páginas de la historia, quedaran
para evocar, no sin dolor, que “la
inseguridad es una sensación”, “la inflación
es solo reacomodamiento de precios” y que “Alemania tiene más pobreza que Argentina” entre otras, todos
grandes mantos que ocultan vidas, proyectos y esperanzas que ya no serán.