Un nuevo aniversario de la independencia de nuestra Patria, constituye una buena oportunidad para interpelarnos sobre cuáles son las condiciones que garantizan la independencia de una Nación.
En
este sentido, una Nación mantiene su
independencia cuando es capaz de aglutinar las voluntades de sus
ciudadanos en torno a objetivos y metas
comunes, en torno a profundas convicciones que arraigan a la tierra y que
proporcionan la identidad que se expresa en compromiso.
Necesitamos
creer los unos en los otros, para saber que debemos esfuerzos y muchas veces
sacrificios en función de esta Nación libre y soberana que integramos, de la
que somos parte y cuyo bien anhelamos porque es el bien de todos.
Pero,
cuando las prácticas políticas parecen corromperse, cuando la sospecha enturbia
las conductas de los mas altos funcionarios, ello genera una profunda
fragmentación en la sociedad que descree de sus conductores y que socava los
cimientos sobre los que se fue consolidando como país.
El
testimonio de servicio, se desvanece como conducta ejemplar del funcionario, y
aparece solo el férreo afán de mantenerse a flote, transformando el cargo de
naturaleza representativa, en un reducto que se cree propio y que se amuralla
con el silencio y la permanencia obstinada, vulnerando el deber ético de poner
toda la luz que sea necesaria para la búsqueda de la verdad.
La
independencia no es una foto. No es la imagen romántica de la memorable Casa de
Tucumán solamente. La independencia es mucho más que eso. Es reconocernos parte
de esta Nación, constructores responsables de su futuro y hacedores cotidianos
en este presente que nos impone como responsabilidad fundamental un camino
ético expresado en la transparencia de las acciones.
Este
9 de julio nos encuentra en la perplejidad de una sospecha que hiere a la
República y que por lo mismo, debe teñir esta conmemoración de una reflexión
profunda sobre los cimientos de una Nación que para crecer, no puede permitirse
el corromper sus bases.