PORQUE NO A LA REFORMA

No soy constitucionalista, pero soy un ciudadano y diputado de la Nación por voluntad popular y esa condición me habilita para expresar mi posición respecto de la reforma constitucional, tan mentada por estos días.

No a la reforma de la Constitución de la Nación Argentina
En este sentido, me sumo a todos los que la rechazan, en la convicción de tratarse de un proyecto que solo abriga el objetivo del rédito político y la posibilidad de habilitar la relección de la actual presidente.


El oficialismo es así, Quiere todo y lo quiere ya!. Para lograrlo, no ve a la Constitución Nacional como la ley fundamental, no la ve como la ley fundacional que vertebra el orden social de esta Nación, sino que la ve solo como un obstáculo puesto en su camino, al punto de descalificar los principios de la vida republicana, llamándolos “alternancia boba”. Sin dudas, que esta será una expresión que viene a sumarse a la larga lista de desatinos retóricos del oficialismo con los que después, se ve forzado a convivir. Todos tenemos presente que la “inseguridad es una sensación” y la inflación “un reacomodamiento de precios”, como las mas emblemáticas.


Es que no tenemos que confundir los roles. Una cosa es alentar al equipo desde la tribuna, desde el fervor del fanático que solo quiere ganar a cualquier precio y que grita desaforadamente desde su legítima pasión y emoción, ordenes e instrucciones irreflexivas a los jugadores y al director técnico.


Pero otra cosa diferente, es ser quien tiene la responsabilidad y el deber de jugar para lo que necesita una mirada mas reflexiva, estratégica, serena y por sobre todo, ser capaz de jugar en equipo, una capacidad que muchos han perdido en el camino del liderazgo único.
No debemos dejarnos presionar por quienes tienen una devoción casi religiosa por su líder. Debemos trabajar por el país en serio que queremos todos los argentinos.

Para ello, no es bueno mover las bases de esta Nación, en un momento en el que el conflicto social es el escenario cotidiano de nuestra sociedad. El llamado día D, por ejemplo, presenta connotaciones épicas y se relata como si su desenlace se tratara de un dilema esencial a la democracia que incluso haría prácticamente peligrar su existencia.


El discurso oficial, presenta un inocultable espíritu de batalla que vive la democracia como un ejercicio permanente de intentar destruir al enemigo de turno, al que configura secuencialmente, hoy uno, mañana otro, para mantener intacta la división y el enfrentamiento, como germen de la acumulación del poder.

En este escenario no podemos sentarnos a debatir seriamente sobre una reforma a la ley que da basamento fundamental a nuestra Nación, a nuestras libertades, a nuestra democracia y a todos aquellos valores y derechos que son tan caros a nuestra conciencia cívica.


Estoy convencido que la Constitución Nacional es nuestra tabla de salvación y por lo mismo, no podemos ponernos a modificarla en medio de la tormenta. Tenemos que esperar que aclare, y cuando de nuevo llegue el amanecer de la concordia social y la serenidad, cuando la relación entre mayorías y minorías no se defina en términos épicos de batallas, cuando la mayoría deje de auto interpretarse como facultada a insultar y agraviar, cuando la política sea un espacio de consenso para concertar herramientas que mejoren la vida de la gente, y cuando cada uno este mas preocupado por el bien común que por su propia silla, entonces podremos sentarnos a debatir sobre la reforma, porque lo haremos con la conciencia de que estamos en un mismo barco y que el éxito de la travesía depende de todos.-